
CAD DIANA MOPOSITA
lunes, 20 de mayo de 2013
Finiquitada la Guerra de Sucesión con el Tratado de Utrecht en 1713, el poder hispano, aferrado a una imagen
del pasado que ya no existía, finalmente fue puesto en total evidencia.
Sus posesiones europeas fueron repartidas entre sus victoriosos
enemigos, y aunque la Corona pudo retener sus colonias en América,
África y el Pacífico, los británicos se preocuparon de asegurarse
ventajosos tratados comerciales para operar en puertos españoles en las
colonias y un permiso (el asiento) para importar esclavos a los Virreinatos hispanos. El desesperado intento del nuevo monarca español, Felipe V,
por volver a recuperar posiciones en el juego europeo en la Guerra de
la Cuádruple Alianza sólo llevó a una nueva y sonora derrota que acabó
con cualquier esperanza española de volver a su antiguo estatus. A
partir de ahora eran otras potencias las que dictaban las reglas. España
sólo podía languidecer y observar, mientras se ocupaba de sus asuntos.

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